El profesor del Departamento de Sistemática y Evolución del Muséum National d’Histoire Naturelle de Francia y doctor de la Universidad Paris-Diderot, Guillaume Lecointre, llegó a Chile y visitó la Casa Central de la Universidad de Chile para presentar la primera traducción al español de su libro ¿Descendons-nous de Darwin?, instancia en la que fue acompañado por el Rector Ennio Vivaldi y otras autoridades universitarias.
La obra, publicada por la Editorial Universitaria, propone una forma de comprender el mundo (la naturaleza, de la cual formamos parte) a partir de una correcta lectura del reconocido naturalista inglés. El libro está configurado como un ensayo, un género que no vemos utilizado habitualmente para tratar los temas de la ciencia. Durante la presentación, Lecointre, inclinado hacia delante, irradia la misma energía de los intelectuales franceses del siglo XX, como Jean Paul Sartre y Albert Camus.
La evolución a través de la selección natural, como teoría representada en los medios de comunicación y en la cultura popular, aparece como una explicación del cambio de las especies, una mirada genealógica a la manera en que los organismos cambian, transmutan de una corporeidad a otra a través de los siglos. Resulta que, tal como fue concebida por Darwin en su On the Origin of Species by Means of Natural Selection, esta teoría, en realidad, es una explicación de la permanencia.
Lo que Darwin demostró en su teoría fue la manera en la que, a través de las generaciones, los organismos desarrollan infinitas formas y, sin embargo, solo permanecen aquellas que fueron superiores al momento de enfrentar su entorno. La selección natural es el proceso de la permanencia, de la repetición de patrones, es la historia del mundo eligiendo (azarosamente, a través de las condiciones del entorno) específicamente a los grupos que vemos prevalecer. El cambio, al ser permanente, solo es detectable cuando una variación logra prevalecer.
La disociación entre los planteamientos de Darwin y su representación ordinaria es dictada por elementos culturales. Se reconocen dos regímenes que impiden el entendimiento adecuado de la selección natural y la evolución. El primero, es la influencia de la escuela anglosajona de las ciencias, marcada por un carácter pragmático. En palabras del profesor Germán Manríquez, “a diferencia de la Inglaterra de la época victoriana, donde el cambio en la mirada sobre las cosas (y causas de la variación) de la Naturaleza está ligado al nombre de Darwin, en Francia este cambio se asocia con el advenimiento de la burguesía”.
Esta influencia implica que no comprendemos las ciencias como una disciplina que forme parte de la construcción de sentido social. El segundo régimen, en tanto, corresponde a la influencia de la gran religión monoteísta en Occidente, el catolicismo. Nos encontramos con aprehensiones que no nos permiten admitir una realidad que en la obra de Darwin es evidente: no hay un programa, no hay un plan, no hay un diseño, no hay una inteligencia. Esta necesidad irresistible del orden nubla nuestra interpretación de la realidad de las especies a un nivel que nos compromete, incluso, en lo que compete al desarrollo de las ciencias de la salud y nuestra comprensión del origen de la existencia.
EUGENESIA, DARWINISMO SOCIAL, TRANSFOBIA
En términos sociales, esta divulgación imprecisa y, en ocasiones, manipulada, ha traído consecuencias catastróficas, porque la lectura errónea de Darwin ha sido caldo de cultivo para la formación de ideologías de la segregación que pretenden basarse en la teoría de la selección natural. Es el caso de la eugenesia, por ejemplo, que llegó a inspirar genocidios y esterilizaciones masivas. También dio pasó al darwinismo social, ideología económica basada en el concepto de “la supervivencia del más dotado” para justificar modelos económicos totalmente desregulados y sin protección social.
“Hace poco, en Francia, surgió un rumor de que se enseñaría sobre la diferencia entre sexo y género en las escuelas”, comenta Lecointre, “y esto generó tal revuelo que hubo gente que salió a las calles a protestar. Si tuviéramos una correcta comprensión de Darwin, entenderíamos que ni siquiera los sexos pueden ser tan claramente distinguidos entre ellos si miramos a los genes. El género, con mayor razón, no puede ser considerado una condición biológica”.
EL INTELECTUAL PÚBLICO
– ¿Cuál le parece que es el diálogo que deberían sostener las ciencias de la naturaleza y las ciencias sociales?
Desde el punto de vista de la Historia Natural, los humanos somos parte de la Naturaleza, en consecuencia, debe haber una Historia Natural de la Humanidad y de la forma en que se organiza socialmente. Las ciencias sociales deben beneficiarse de este conocimiento, porque las personas no son ajenas a la naturaleza. No hay conflicto entre la ciencia y las humanidades, el diálogo interdisciplinar conduce a una comunión entre los distintos niveles explicativos.
– ¿Qué respuestas tiene, entonces, la ciencia para los problemas sociales de este siglo?
Si la pregunta es acerca de cómo debemos vivir en comunidad, los científicos no tienen ninguna instrucción que dar al respecto, ningún poder. Los científicos entregarán datos y los ciudadanos harán con ellos la política. La ciencia propone, pero no se impone.
– Usted sugiere en su libro que hay aprehensiones místicas, heredadas de las grandes religiones monoteístas, una idiosincrasia detrás de nuestra negación de la teoría de Darwin.
Por supuesto, y esto trae consecuencias sociales. Nosotros nos inventamos que desde las células hasta los individuos, la estabilidad surge de la sociedad organizada, idea regida por el esencialismo. Allí está la base del creacionismo, el racismo, el sexismo y, hoy, también de la transfobia. Estas concepciones no son compatibles con las ciencias biológicas ni con las ciencias sociales, son consecuencia de nuestro rechazo al conocimiento, no solamente de la teoría de Darwin. Sin duda, para las ciencias naturales y las humanidades, el esencialismo es hoy un enemigo en común.
– Ante un escenario como ese, ¿cómo pondera el rol del intelectual público?
Yo creo que la academia y el espacio público son muy compatibles. Se puede ser un académico ejemplar y también estar presente en los espacios de creación de sentido. Pero hay que ser cauteloso, ser precisos y claros en el límite entre los hechos y las interpretaciones. En ¿Descendemos (realmente) de Darwin? yo no me inventé nada, solamente tomé información contenida en muchos estudios e investigaciones y las conecté de forma coherente.
– Pero lo hizo en un lenguaje muy diferente a la mayoría de textos provenientes de la academia, no se parece a muchos papers científicos…
Si tuviera que decir cuál es la esencia de este libro, te sorprendería saber que es la filosofía. La forma en que la biología era comprendida durante casi todo el siglo XX tenía reminiscencias del platonismo, el mundo de las ideas era el prioritario. En ese sentido, Darwin se lee hoy como un opositor, para él la realidad no estaba en las ideas sino en los individuos. Si comienzas a estudiar desde esta perspectiva, te das cuenta de que no existen las especies, solo individuos, el concepto especie solamente está diseñado como un nombre que simplifica la forma de referirnos a las cosas, pero en la naturaleza, esto no es real.
– Entonces, ¿cómo tendríamos que comprender el trabajo de Darwin?
Lo que pasa es que el trabajo de Darwin no explica el cambio de las especies, porque no existen. Toda su obra trata del origen de la similitud, que se encuentra en la selección natural; las formas más extremas no sobreviven, solamente las más regulares prevalecen. Visto así, la selección natural es el factor que explica la estabilidad de tu propio cuerpo, esto implica incluso una relevancia para la medicina, que no ha sido suficientemente atendida.
– ¿Qué es lo que no ha sido atendido por la medicina?
Durante el siglo XX la selección natural no fue considerada interesante por las ciencias médicas porque era considerada un factor de cambio, no de estabilidad. En nuestro siglo, removido el razonamiento platónico, la selección natural nos explica el envejecimiento, el desarrollo embrionario y puede dar respuestas acerca del tratamiento del cáncer. Esta es una filosofía de la salud.
– ¿Todo esto sería a consecuencia de una mala difusión de la teoría de Darwin a nivel cultural?
Cuando divulgamos conocimiento científico de forma imprecisa, favorecemos una depredación ideológica sobre la ciencia. Si enseñas estas teorías solamente desde la perspectiva de la supervivencia del más apto, terminas con una teoría como el darwinismo social de Spencer y su idea del laissez faire. No debemos permitir que se utilice a la ciencia para fines ideológicos. Cuando estas filosofías pobres no se sustentan por sí mismas, intentan manipular a la ciencia y ocuparla como una excusa a través de la cual autorizarse para imponer sus ideales.
Fuente: Comunicaciones Editorial Universitaria